Mal y tarde

Siempre he llegado tarde y mal a los sitios. Me lo dijo mi entrenador tras aquella tarjeta roja que marcó mi carrera deportiva. Cada uno de los proyectos en los que me he ido incorporando siempre parecían tener fecha de caducidad en cuanto tomaba posesión de mi mesa de trabajo. Mi sombra era una crisis andante para las ideas y trabajos que parecían iba para largo y que apuntaban alto en sus inicios. ¡Eh! cuidado con lo que estás pensando ahora, de gafe no tengo un pelo, te lo he dicho claro en el título de la entrada, simplemente llego a los sitios tarde y mal. También mis relaciones amorosas y apasionadas concluían con desatino y falta de aprovechamiento. Propio de quien acude a las llamadas fuera de horario o con la cabeza pensando en otras cosas.

Y ahora postrado ante la vida que se me escapa en esta cama de hospital comarcal, ahora que leo los labios de mis enfermeras donde especulan sobre mi agonía, sobre las horas que me quedan de calor y de gasto sanitario, todo eso no me sorprende ni apena. Ya lo sabía. Llevaba dos días con unas ganas por vivir hasta ahora desconocidas. No podía haber otro final. Vuelvo a llegar mal y tarde.

Punto y seguido.

Siguiendo una iniciativa de La radio de los blogueros, aquí está mi aportación a esta manifestación de finales.

Todas las cosas empiezan cuando otra termina. Es ley de vida, incluso es necesario que vayan acabando para que empiecen otras. Muchos creen que salvo la muerte todo tiene su continuación. Y hasta en lo de lo necrológico el propio ser humano ha estructurado nuevas vidas para después del final de los finales, cielos e infiernos al gusto del consumidor.

Pero volvamos a mi historia. El día que el gas butano me dejó con la cabeza enjabonada y la garganta seca de llamar a mi novia para que cambiara la bombona empezaron a sucederse una serie de finales inesperados. Abrí la puerta del cuarto de baño y un silencio atrapaba el ambiente, un silencio sospechoso, un silencio que terminó con mi relación con Lidia. El silencio permanecía de invitado no querido y tuve que excusarlo con mucho teatro mostrando una aparente sangre fría ante ella y mi hermana -hay que decirle a papá que se pase a Gas Natural y ahora me marcho a casa de Jorge- perdiéndome en el pasillo pero volviendo a los dos segundos - antes me enjuago y me visto- aunque ellas seguían en el sofá besándose y metiéndose mano de una manera prodigiosa.

Todas mis situaciones comprometidas las he solucionado en casa de Jorge. Entraba con un problema y salía con la solución y una borrachera. Tenía una habitación acondicionada para escuchar música. No entraré en detalles técnicos pero había mucho dinero invertido entre aquellas cuatro paredes. Producto todo del final del matrimonio de sus padres que desde su adolescencia lo colmaban de regalos para no perder nunca su sonrisa individualizada. Sonaban Danza Invisible cuando me saludó desde su cama medio tumbado y leyendo un cómic de los Strumtruppen. Al verme asomó su pequeña cabeza peliroja -quillo no volveré a ver más a Clara, se marcha a Madrid a las cuatro, nunca más, sólo me queda el recuerdo de una noche, que noche quillo, que noche, mi noche, sólo me quedarán recuerdos- y volvió a meter su nariz en la segunda guerra mundial vista desde unas tiras cómicas.
Poco me quedaba a mi por hacer allí, el santuario de mis problemas estaba en la boca del lobo y lo innombrable había venido a devorarlo. Antes de marcharme le dije - Jorge creo que nuestra canción favorita del disco de estos malagueños ya no es El Club del Alcohol- y cerré la puerta sin esperar respuesta.

Desde la calle, frente a la ventana que da a la habitación de Jorge durante muchos domingos de otoño se le pudo ver leyendo cómics mientras sonaba su nueva canción favorita en un equipo de alta fidelidad Philips.
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El fin, el fin del verano.
El fin, el fin del verano.

El fin del verano siempre es triste,
aunque entre las mantas pueda hablar de amor
del cielo beige al cielo gris oler castañas
y entre el humo anhelar el calor.

Pero el fin del verano es triste,
aun cuando sabemos que todo es un ciclo
y llegará el día en que sudando
desearemos otra vez el frío enero.

El fin, el fin del verano.

Es el momento de la lluvia,
las hojas muertas color ocre,
la hora del sueño del lagarto
el fin del verano es triste, querámoslo o no.

Lejos de los ojos guardaremos la piel.
El fin del verano siempre es triste,
aunque entre las mantas pueda hablar de amor.
La noche alarga su jornada y el día, vago y breve, se escapa.

Abril es el mes más cruel,
alguien lo dijo antes
pero el fin del verano es triste
y ahora aún soy joven.

Los Dalton

Les llamaban los Hermanos Dalton por su enorme parecido a aquellos asaltadores de bancos a los que el vaquero Lucky Luke encerraba una y otra vez. Los reales sólo eran tres y nunca habían pisado los centros penitenciarios del país.
Llegaron por primera vez ante el juez de guardia en una gélida mañana de enero. Una mañana de témpanos y carámbanos que en temperatura empataba a la que se respiraba en el despacho que presidía la jueza Torres Carrizosa. El frío que rodeaba a los tres hermanos era un bloque inquebrantable que hacía caso omiso de los chorros de aire caliente que salían de los respiraderos de la pared. Sólo el menor tenía las manos esposadas a la espalda y se mantenía erguido. Los otros dos mostraban sus cabezas agujereada en el centro de la frente. El resto del cuerpo lo cubría por completo una caja de madera construida con tablones que aún conservaban las impregnaciones de su anterior contenido. Museu del Cántir. Argentona. Frágil. Fràgil.
El menor de los hermanos confesó su crimen. Reconoció ser el asesino de sus dos familiares. Admitió que él disparó certeramente las dos balas. Sus dos primeros disparos en sus diecisiete años de vida. Agregó a sus escuetas afirmaciones que él simplemente cumplió con su destino. Respetó el camino que la vida le había asignado. Mató a su hermano Francisco por ser un ser humano malvado. Lo más humano que pueda existir. Mató al mediano Carlos por ser un animal malvado. Lo más animal que pueda imaginarse. Francisco mataba siempre por placer. Carlos por necesidad. Y con los ojos llorosos se sentó.
¿Ha terminado su declaración?- dijo en voz alta la magistrada tras esperar varios segundos.
Sí, señora, sólo me queda preguntarle ¿Por qué maté a mis hermanos?- y agachó la cabeza hasta casi clavarse con furia el mentón en el pecho. Ese mentón tan afilado como el de los hermanos Daltón a los que el vaquero Lucky Luke encerraba una y otra vez en la prisión del condado.

El indolente

Me acuso de ser un peligro para el sistema - repetía como un autómata mientras mantenía pegados sus dos brazos sobre el mostrador, boca arriba, -deténganme, no esperen más, mañana podría ser demasiado tarde, nunca he actuado en defensa de ninguna causa y sin embargo desde la infancia he estado aparentando lo que no soy, sería imposible mostrar mi verdadera imagen, demasiadas capas de cebollas y mentiras me envuelven, deténganme, antes de que sea demasiado tarde, antes de que empiece a actuar en nombre de mi propia voz, que comience una cadena de apostasías que pudiera contagiar al resto de mis vecinos, de mis compañeros de trabajo, que pudiera llegar a otras ciudades ¿no ven el peligro que supondría no aislarme de la sociedad? Deténganme, mañana sería demasiado tarde. Conozco, me la he encontrado de bruces, la verdad, esa que hace al hombre ser distinto del que tiene al lado y por tanto libre, lo he visto tan claro que no puedo estar más tiempo callado, no pueden permitir que la pasividad con la que he llevado mi vida todos estos años pueda dar un vuelco que me haga reflexionar y extender mi pensamiento, los demás han alcanzado un nivel de felicidad que ahora destrozaría en cuanto les hablara mirándoles a los ojos, deténganme, he encontrado el núcleo que mantiene todo este sistema en equilibrio, se lo que hará que todo termine, deténganme antes de que esta savia vírica pueda extenderse hasta el último ser humano, antes de que se sepa lo que nadie quiere que sepamos- y se arrimó hasta acercar su cara a milímetros de la del sorprendido funcionario y continuar lenta y sigilosamente a decir palabra por palabra -no hay nada más allá de lo que vemos.