Los primeros doscientos días de su cautiverio los dedicó a recopilar palabras.
En su afán de purificar sus escritos pedía al carcelero - única persona a la que veía - que le dijese palabras. Ladrillos para la construcción de un edificio. No quería nada que desde sus entrañas pudiera pervertir el futuro de esa historia que tenía en mente escribir y que como un alfarero sólo le daría la forma adecuada a la materia prima que le venía dada. Simplemente iría adecuando su historia a los términos que consiguiese recopilar. Una idea nunca debe verse modificada por la forma en que se expresa ni el contexto en el que se mueve.
Dos palabras por día. Salvo cuando libraba Ramiro, el asturiano de Tapia de Casariego, que no había querido extender la encomienda, por lo que había días que aportaba tres nuevas ilusiones para compensar los días que no podía llevar ni comida ni ladrillos a su paisano encerrado desde hacía meses por sus ideas contrarias al régimen gobernante.
Hasta el instante en que llegara el papel y los lápices que había pedido al alcaide.
Exactamente cinco fueron los comités por los que tuvo que pasar su petición antes de ser aceptada.
Mientras pasaron los días y las noches. Cada mañana con el desayuno una agrupación de sílabas nueva. Y con el almuerzo otro tanto de letras ordenadas. Las quince primeras eran propias del funcionario que más obsesionado si cabe que el futuro escritor comenzó a buscar en los libros. Y en su casa empezaban a sospechar de intrigas y amorios al verlo marchar a la capital en sus días libres. No buscaba placeres, buscaba palabras en donde más hay: en los carteles de los comercios, en la publicidad, en las bibliotecas, en las conversaciones de tranvía.
Cuatrocientas palabras para una historia.
Comenzó el preso a memorizar desde el primer día. Nada acostumbrado a ello pensó en otros métodos de almacenamiento. Nada punzante iban a permitirle para marcar las paredes.
Las palabras acabaron rayando la bandeja de la comida, en el reverso. Una junto a la otra. Cada doce horas una palabra nueva. Y él seguía pensando en su historia. Cada día con dos palabras nuevas para poder incluirlas en un futuro. Alargaba las comidas el máximo permitido para así familiarizarse con los vocablos. Cuando llegara el papel los fijaría negro sobre blanco para ordenarlos correctamente. Más tarde los enlazaría con nuevas de su propia cosecha que llegarían para reconducir a las primitivas por el camino de la la idea original. Y darles sonoridad en el contexto de la historia. Todo eso estaría por ocurrir.
Finalmente llegó el paquete esperado. Olía a papelería. Le vinieron recuerdos de sus paseos hasta el colegio por el camino de la playa. Y el sonido de la lucha vil entre el mar y los acantilados.
Junto con dos cartas. Una manuscrita del carcelero en la que formalmente se despedía del reo y con un añadido en la esquina superior derecha que recogía lo que verdaderamente quería expresarle pero que obviamente por el control postal no podía hacer en su plenitud. Era el título que le proponía para su historia.
Y la otra carta, con sellos, membretes y tampones de sobra conocidos para él. Redactada a doble espacio y con letra centrada en el folio... una fecha.
Veinticinco de junio del presente año.
Dos palabras por día. Salvo cuando libraba Ramiro, el asturiano de Tapia de Casariego, que no había querido extender la encomienda, por lo que había días que aportaba tres nuevas ilusiones para compensar los días que no podía llevar ni comida ni ladrillos a su paisano encerrado desde hacía meses por sus ideas contrarias al régimen gobernante.
Hasta el instante en que llegara el papel y los lápices que había pedido al alcaide.
Exactamente cinco fueron los comités por los que tuvo que pasar su petición antes de ser aceptada.
Mientras pasaron los días y las noches. Cada mañana con el desayuno una agrupación de sílabas nueva. Y con el almuerzo otro tanto de letras ordenadas. Las quince primeras eran propias del funcionario que más obsesionado si cabe que el futuro escritor comenzó a buscar en los libros. Y en su casa empezaban a sospechar de intrigas y amorios al verlo marchar a la capital en sus días libres. No buscaba placeres, buscaba palabras en donde más hay: en los carteles de los comercios, en la publicidad, en las bibliotecas, en las conversaciones de tranvía.
Cuatrocientas palabras para una historia.
Comenzó el preso a memorizar desde el primer día. Nada acostumbrado a ello pensó en otros métodos de almacenamiento. Nada punzante iban a permitirle para marcar las paredes.
Las palabras acabaron rayando la bandeja de la comida, en el reverso. Una junto a la otra. Cada doce horas una palabra nueva. Y él seguía pensando en su historia. Cada día con dos palabras nuevas para poder incluirlas en un futuro. Alargaba las comidas el máximo permitido para así familiarizarse con los vocablos. Cuando llegara el papel los fijaría negro sobre blanco para ordenarlos correctamente. Más tarde los enlazaría con nuevas de su propia cosecha que llegarían para reconducir a las primitivas por el camino de la la idea original. Y darles sonoridad en el contexto de la historia. Todo eso estaría por ocurrir.
Finalmente llegó el paquete esperado. Olía a papelería. Le vinieron recuerdos de sus paseos hasta el colegio por el camino de la playa. Y el sonido de la lucha vil entre el mar y los acantilados.
Junto con dos cartas. Una manuscrita del carcelero en la que formalmente se despedía del reo y con un añadido en la esquina superior derecha que recogía lo que verdaderamente quería expresarle pero que obviamente por el control postal no podía hacer en su plenitud. Era el título que le proponía para su historia.
Y la otra carta, con sellos, membretes y tampones de sobra conocidos para él. Redactada a doble espacio y con letra centrada en el folio... una fecha.
Veinticinco de junio del presente año.
Manuel Tejares Delgado murió tal día como hoy hace ya muchos años asesinado por el gobierno de su pais. En el Ayuntamiento de su pueblo preside en la Sala de Juntas, en una vitrina sencilla pero bien terminada, la bandeja donde están escritas cuatrocientas palabras de una historia inconclusa que alguien tituló 'Bandeja de libertad'.
24 comentarios:
Las palabras son el mejor arma para luchar contra la opresión, aunque estas fueran finalmente la arena que cubría su tumba.
Como siempre una lección magistral en el callejón
Un abrazo Antonio
Glups! Un final sorprendente.
La historia he ha atrapado desde el principio y ha ido in crescendo a la par que iba leyendo. El final me atacó con ira y pena.
Realmente magnífica entrada Callejón, con un mesaje que al menos en mí, quedó grabado.
Un abrazo
Caramba Antonio que manera mas buena de contar una injusticia...estoy con Juan las palabras son mejor arma...
besotes
oooh que historia mas triste, desde principio a fin, creo que uno lee esperando siempre un final feliz, pero la vida no es así...¿cierto?
besos
Luz de Gas, bien debes saberlo tu que haces maratones de radio dando cabida a todas las palabras que quieran pronunciarse.
Las lecciones las dan los maestros, de momento, alumnos oyente y flojeras...
Gracias
Joana , me alegro te sorprendiera porque es tan difícil conseguir ese efecto. Cuando escribo las entradas no llevo nada escrito, me pongo delante y dejo que lo que he ido pensando salga. Salió natural.Gracias.
verdial GRACIAS. Al ir escribiendo me llevaba la historia para otro lado pero los dedos al teclear corregían buscando mantener una idea, como al protagonista.
Arkantis. Gracias. Efectivamente hay tantas que airear y poner en pie. Está pudo ser una de ellas, sin duda.
Bitter quizás sí, aunque luego se castiguen como simplonas o irreales.... Gracias.
De todas formas la libertad es siempre algo que tiene final feliz. Muchos la gozaron posteriormente gracias a finales como este.
A todos.... BESOS.
Nos leemos.
Antonio
Palabras...bonitas, duras, tristes...nadie nos las puede quitar, aunque nos tapasen la boca nuestro cuerpo puede expresar un pensamiento que a la vez es entendido por los demás, entonces nunca morirán.
Las tuyas han quedado muy bien ordenadas.Ayudan a desconectar.
Gracias
Saludos
Rosa
Regreso visitas... Gracias por el dato sobre los zombies.
Eso sí, mi blog principal suele ir de cosas más... mmm... eclépticas.
Hola Antonio,un placer leerte de nuevo,hay un silencio que no se puede imponer,el de las ideas,se puede silenciar una voz,encerrar un cuerpo entre cuatro paredes,pero no un alma ni un corazón que siente,el legado de un pensamiento de este tipo siempre sobrevive al tiempo,un mensaje que retrasmites de tu maravillosa pluma!
Un abrazo Antonio.
ESta es una de las mejores historias que te he leído. Me ha encantado.
Besos selváticos.
"Una idea nunca debe verse modificada por la forma en que se expresa ni el contexto en el que se mueve", qué difícil afirmación.
Me ha emocionado tu entrada, por algo será.
Un beso grande Antonio.
Una historia que podría ser la de cualquiera...en esete mundo, realista y llena de recovecos.
Muy bueno y un final increible.
Bikiños desde el mar.
mrrm mientras queden palabras que decir habrá que decirlas, ¿o nos vamos a dar por vencidos? gracias por las tuyas.
Necio Hutopo encantado. Aquí tenemos cantes de ida y vuelta... aplicable a todo.
América, gracias... con que buenos ojos me lees... y hasta en los silencios hay compás... hay palabras en el pensamiento...
panterablanca GRACIAS preciosa felina. ;-)
Mi relatario es vuestro.
Zapateiro no se que decirte, llegar a emocionar es algo que no lo veo a mi alcance... es muy fácil provocar la lágrima, tus palabras me llegan porque creo en su profundidad. Alguna vez tendremos que hablar en algún sitio de como escribimos las entradas... sería un debate precioso. GRACIAS
Mayte, lo genial de este medio son los comentarios, nutriéndonos mutuamente... gracias.....
Nos leemos.
Antonio
Descanse en paz.
Una historia muy tuya, me ha tenido en ascuas hasta el final.
Yo habría tenido suficiente con una palabra, libertad.
Antonio..te dejo un besazo
Nuestro pensamiento siempre será libre. Nos pueden arrancar la lengua pero aún así no impedirán que podamos gritar libertad.
Antonio luego de leerte me pregunto: ¿En qué diablos me entretengo en vez de venir a leerte y procurarme placer con tus textos?
Debe ser por mi naturaleza india que caigo a los tres días, o cuando ya no se usa...
HERMOSO, me encantan las palabras, las tuyas mucho más.
Besos borrascosos
aniramix, así sea... y que nos quede su recuerdo...
un abrazo
Dama, gracias por el piropo, ciertamente no me pueden echar otro mejor... por el título... quizás es que me vino a la memoria una memorable película llamada 'en bandeja de plata' que nada tiene que ver pero ...quien sabe. Y...
...un beso, ojalá pueda algún día escribir algo sobre un bandolero que se pierde...
Arkantis, me lo quedo. Que los besos inesperados son los que mejor se recuerdan. Otro para ti y tus bellísimos relatos instántaneos que erizan la piel.
Paços, gran sorpresa siempre agradable.... y siempre hay quien lo escucha, ese grito, esa verdad ...
Un abrazo
Borrasca no me pongas colorao... gracias... no dejes nunca tu faceta indigena que te hace estar en el momento preciso a la hora indicada... siguiendo tu instinto y sobretodo dejándonos boquiabiertos con tus sugerencias blogueras.
Besazo gordo para los mejores días de lluvia.
Antonio
Un cordial saludo Antonio,deseándote lo mejor en los Premios20blogs....Ahí estaremos!...Yo no concurso....Un abrazo enorrrmeee.
"La palma de la mano, tan sensual y poderosa sensitivamente cuyo roce crea un extraño ciclo de aire lunar... y sin embargo un simple apretón puede aplastar al indefenso"
Bellisimo tu comentario...gracias Antonio..
Hoy te dejo un apretón
Antonio ahora está lloviendo aquí, así que tu beso me cae muy bien...
Besos borrascosos, nunca mejor dados
América, a eso de los concursos no hay que hacerle mucho caso, nosotros con nuestros intercambios de letras nos sobramos. ;-)
Arkantis... que el apretón sea achuchon. Respecto al comentario salió sólo al leerte. ;-)
Borrasca ¡¡bien!! ¡¡lluvia!! eso limpia la atmósfera ;-)
Y a las tres, besos besos, aunque aquí últimamente parecemos 'ositos amorosos' con tanto cariño ;-)
Se os quiere. Me dais fuerzas para seguir contando historias.
NOS LEEMOS.
Antonio
Antonio me gustaría tanto contemplar el paisaje que me describes, sobre todo la puerta de colores...
Un beso luminoso que forme un arco iris
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