De corazón, mi ciudad, mi país, mi civilización, mis raíces pesan cada vez menos. La sonrisa de mis hijos las tendría en cualquier sitio.
Y poco más nos contó antes de montarse en el avión. Era el último pasajero que subió las escaleras. Luego la azafata cerró la puerta con fuerza. Dentro esperaban su mujer y sus hijos. Las caras de tristeza no les permitieron verse por dentro realmente. Había un hilo de esperanza que aún desconocían y que al llegar al nuevo destino iban a ir descubriendo. El tiempo de la pena tenía las horas contadas. No venían de la penuria pero una apuesta en firme por la mejora, por la dignidad, le había llevado a apostar. Él que nunca había jugado ni a las quinielas.... El tiempo de la pena duraría lo que un vuelo a cualquier otra ciudad amurallada.
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