La cabeza agachada y metida entre los hombros casi no dejaba ver su habitual sonrisa enigmática. Los pelos no le tapaban la cara porque tenía un pelo corto, casi de punta, peinado con los dedos hacia la derecha, o hacia la izquierda, qué más da, no era un tema que le preocupara, y menos ahora, en ese instante de tanta trascendencia. Le quedaban pocas alternativas, a esas alturas ya quizás sólo dos. Pensaba qué pocas opciones suelen tener los adolescentes, grandes olvidados entre el mundo infantil de las series televisivas y la paparrucha esa de madurar y ver telediarios. Sólo le quedaban dos opciones: morir de inanición o tirarle la maldita sopa de fideos a la cara.
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