Las razones por las que justificarían sus acciones, voluntarias o no, nunca serían las verdaderas que se deberían mantener ocultas o tamizadas por cuestión de orgullo patrio o quien sabe, defender la imagen de los demás o cualquier otra cuestión aparentemente doméstica. ¿Habría cosa más absurda que todo eso?
Cerró la puerta con llave, se sentó en aquella butaca reconfortante y, desde allí mismo, lanzó la llave atravesando la ventana entre abierta. Precisión de lanzador de jabalina, que lo fue. Ni siquiera se escuchó el sonido del llavero al caer al mar. El ruido de las olas lo engulló.
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