Huellas en la tempestad

Lo había visto en televisión durante un partido de fútbol y le hizo mucha gracia. No volvería a detenerse en el detalle aunque vió muchos partidos después. Pasó el tiempo. Y aunque sus lagunas de memoria le gastaban malas pasadas de vez en cuando, lo recordó de nuevo. La sonrisa le cambió la cara. El tiempo siguió pasando.
Esto era en el pasado, en el presente, lo ven caminar de siete a siete y media por el barrio. En el pasado no era mucho de salir. Ni cuando se podía sin restricciones. Ahora, en el presente, no es mucho de nada, salvo de ese entretenimiento, rutina si queremos verlo más cercano a la realidad, impuesta por su asistente. A las siete, como un reloj, sale por lapuerta, con pocas variaciones de ropa, era la suerte no buscada de vivir donde vivía. Eso no había cambiado. 
No recordaba cual fue el primer día que metiendo la mano en su mariconera se encontró el bote de aerosol cuyo contenido cada cierto esparcía por la acera. A las siete y cuarto sonaba con pitidos no molestos una alarma. Recordaba el día que le llevaron el reloj pero no el día que le explicaron lo del bote que lanzaba pintura autoborrable y que si no se mojaba podía llegar a permanecer visible hasta media hora. Al sonar aquel aviso sabía que debía volver. Tampoco recuerda cuando aprendió esto.

Cada día modifica su limitado itinerario volviendo sobre sus huellas en la tempestad, gozando de ese minúsculo hilo de libertad que la vida le ha dejado.

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