En aquel tumulto no había quien se pusiera de acuerdo. Por eso era un tumulto. No se sabía si iba o venía. Lo que no faltaron fueron los clásicos opinantes (opinólogo no existe que lo he mirado en el diccionario) extremistas. Allí estaban. Uno con su "dejad que la bulla fluya, que ande sola" y el otro con el "¡vamos a morir todos!". Y desde su balcón, inadvertido para la masa, un señor gordo con tirantes y puro en ristre apoyado sin más dejaba entrever con una mueca su afilado colmillo de oro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario