Le rodeaban hasta casi impedirle toda visión más allá de sus hombros, sus cabezas y sus brazos alzados y pariendo constantes aspavientos sin sentido alguno. Todos hablaban a la vez. Parecían ignorarle pero de vez en cuando le indicaban, siempre con la mirada en otra dirección, que se pusiera en otro lado. Ya hubiera querido él salir de aquel sitio. Imposible escapar a un ejército de dudas.
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