Cierro los ojos. No veo nada. Espero un poco. No pienso en nada. Empiezo a intuir un paisaje conocido por lo definido de sus líneas. Nunca estuve allí pero viene en los libros de primaria y a fuerza de verlo años tras año, mientras estudiaba, mientras estudiaban mis hermanos, mientras estudian mis hijos, acabo por interiorizarlo. La más sencilla de las vistas. El desierto. No quiero abrir los ojos.
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