Te asomaste a la calle para gritarle que no se fuera. Lo viste salir del portal despacio con las manos en los bolsillos. Te agarrabas a la barandilla con una fuerza inusual. Se paró en el semáforo aunque no venía ningún coche. Casi arrancas los gruesos tornillos que te aferraban a las paredes. Se puso en verde. Tu grito no le llegó porque no salió de tu garganta. Era, ya, otra vez, sólo una sombra en tu cabeza.
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