A las puertas de la Gloria

Cojo el título de esta entrada de la carta que el amigo Fernando acaba de enviarme en las mismas puertas de este domingo de Palmas. Entrada que tenía pensado hacer pero este hermano de San Roque acaba de ponérmela en bandeja. Y es su deseo compartirla.

Antes de leerla en voz alta para vosotros, quiero daros las gracias a todos los que habéis seguido la Cuarentena y tanto vuestros animoso mensajes en el blog como en los correos electrónicos han servido para llegar al final con las mismas fuerzas con las que se empezaron. Gracias.

San Pedro se encontraba el Domingo de Ramos en las mismas puertas de la Gloria con una cola por tramitar más larga que la que se forma algunas mañanas en el puesto de los “calentitos” (que son calentitos, Antonio, que no son churros) del Arco del Postigo, por poné un ejemplo.

Allí que se encontraba el Santo junto a varios acólitos auxiliares del paraíso más repeinaos que los que lleva el Calvario o la Quinta Angustia, cuando uno de ellos con la cara descompuesta se acercó al oído del “Portero” y le dijo: “San Pedro, en la cola hay un sevillano…”. Chiquillo, fue decirle eso y se le mudó la cara. Levantó las cejas y escudriñó a lo largo de la cola intentando descubrir al súbdito hispalense al tiempo que musitaba “ofú”, diciéndole a continuación al auxiliar con cierto enfado “os tengo dicho que en estas fechas….”

Al ná lo tenía frente a frente. “Buenas tardes”, le dijo San Pedro.

“Buenas las tenga usté, abuelete, que digo yo que ¿esta cola pa qué es oiga, pá ve a la Hiniesta”?.

“Bueno, pues mire, está usted aquí porque ha pasado a mejor vida, ¿entiende?, y resulta que como usted ha debido ser buen cristiano pues posiblemente lo tenga en mi lista para entrar en el Reino de los Cielos. ¿sé da cuenta, hombre?”, le dijo el Santo esbozando una sonrisa conciliadora y con la mayor de las delicadezas.

El sevillano se quedó pensativo. San Pedro lo miraba temeroso. Y el repeinao acólito celestial se movía inquieto temiendo la reacción del finado.

“O sea que me he muerto, vamos”.

“Entiéndalo hombre a todos nos llega nuestro día….”. “Venga, dígame su hombre que ya verá como tengo buenas noticias”.

“Yo me llamo Paco. Francisco García Pérez, pa servirle a usté… de la calle Feria, casi a la altura de la plaza los carros”. “Oiga, una preguntita, yo sé que está usté mu atareao pero, ¿no se habrán equivocao conmigo?”. “Lo digo por la fecha, ¿sabe usté, abuelo?, es que hoy es Domingo de Ramos….”, al tiempo que sonreía y hacía ademán como si aquella apreciación fuese más que suficiente para deshacer el entuerto que él creía ocasionado con su marcha terrenal en tan intempestivas fechas.

“No, hombre, no hay ningún error, mire aquí está usted en la lista…. Francisco García Pérez, de Sevilla”.

“Bueno, qué vamo a hacerle”, se resignó Paco, para seguidamente hacer la pregunta que los tramitadores de la Gloria temían en ese momento. “Oiga, abuelo, ¿aquí hay Semana Santa, no?.”

San Pedro, sin poder ya reprimir el nerviosismo, intentó endulzar la respuesta: “Aquí tendrá usted la paz eterna, hermano, alégrese. Su alma gozará por los tiempos de los tiempos de la paz infinita, junto a la Divinidad y los Santos…”. El sevillano lo cortó inmediatamente: “sí, sí, oiga, todo eso está muy bien, pero ¿aquí hay Semana Santa, no?.”

“Bueno, lo que usted entiende por Semana Santa, Semana Santa….la verdad….es……que no. Pero no se ofusque hombre, el Cielo está sobrado de Gozo para los Hijos de Dios que participan de la….”.

Pero San Pedro no pudo seguir. Por la cara de Paco resbalaban dos lagrimones pregoneros de pena onda y profunda por aquello que se ama y de un plumazo, de repente, se te arrebata; de esas lágrimas que no anuncian sino el alma desabrochada ante lo que no tiene remedio; dos lágrimas de condena definitiva ante lo que era libertad despreocupada de costero a costero o candelabros de cola; dos lágrimas largas, como dos chorreones de cera de los hachones del Cristo de Burgos; dos lagrimones rotundos, como el martillo que llama al Primitivo Nazareno de Sevilla en las naves de la Catedral hispalense; dos lagrimones solitarios, como en San Lorenzo y San Buenaventura; dos lágrimas verdaderas, como verdadera es la Promesa del Cristo de la Conversión; dos lagrimones brillantes, como la plata de dos faroles de Cruz de Guía en la noche sevillana….

“Mire usted San Pedro que yo vengo

De allí donde el azahar proclama

Llegando cada primavera

Que ha llegao la Semana Santa

Mire usted que no le miento

Si le digo que en mi Sevilla

se escriben en los balcones

Evangelios por “seguidillas”

Fíjese si allí tenemos arte

Y sobra el compá y el duende

Que pusimos un río en medio

Pa ve al Cachorro por el puente

Mire usted San Pedro que yo vengo

de allí donde está la Esperanza

Esa que hasta las mismas piedras

le dicen Guapa en las murallas

De allí donde está la Amargura

sí hombre mu cerquita de mi casa

a La que le cantan unas monjitas

plegarias de dulce madrugada

De allí donde esta misma noche

por la calle Caballerizas

si usted se porta con el agua

habrá concierto de bambalinas.

Mire usted San Pedro que yo vengo

De allí donde hay una madrugada

Que se hace un altar de azahares

Pa ve pasá a la Inmaculada

De allí usted donde vive el Hijo

que va cargando con mi maero

y que nos dice con voz de Padre

“voy reventao, pero Yo puedo”

De allí donde desde el otro lao

Del río ese que nosotros hicimos

Viene una guapa marinera

Que a Sevilla le quita el sentío

Mire usted San Pedro que hasta aquí he llegao

¿Qué es lo que usted me está diciendo?

¿Que voy a entrar en la Gloria?

Mire usted ¡ la Gloria es de donde yo vengo!

Fernando Conde (Domingo de Ramos de 2008)