El tiempo de la pena

De corazón, mi ciudad, mi país, mi civilización, mis raíces pesan cada vez menos. La sonrisa de mis hijos las tendría en cualquier sitio.

Y poco más nos contó antes de montarse en el avión. Era el último pasajero que subió las escaleras. Luego la azafata cerró la puerta con fuerza. Dentro esperaban su mujer y sus hijos. Las caras de tristeza no les permitieron verse por dentro realmente. Había un hilo de esperanza que aún desconocían y que al llegar al nuevo destino iban a ir descubriendo. El tiempo de la pena tenía las horas contadas. No venían de la penuria pero una apuesta en firme por la mejora, por la dignidad, le había llevado a apostar. Él que nunca había jugado ni a las quinielas.... El tiempo de la pena duraría lo que un vuelo a cualquier otra ciudad amurallada.

Alfred


Quizás sea bueno que empiece por la descripción de mi acompañante en este encierro forzoso. No quiero que se alarmen por lo de forzoso, cierto que es contra mi voluntad pero me tratan bien, menos la libertad de poder salir alguna vez fuera, a la calle, el resto está bien. Permitiría que el mismo se presentase y les introdujera en esta situación al menos curiosa que nos reúne pero mi amigo no puede hablar, no habla, no puede aunque  abre la boca enseñando sus dientes y su lengua muy roja. Impresiona pero hablar, no habla .  
No se si quiere, no mal interpreten mis palabras de él no conozco más que algunas cuestiones de carácter teórico, y son estas horas que llevo encerrado el único aval que podría aportar como experiencia con estos tipos de seres. Alfred es un mono de plástico con el que comparto celda. No habla pero si gesticula abriendo la boca y levantando los brazos paralelamente por encima de su cabeza y haciendo chocar dos platillos que lleva en cada mano. Lo hace todo a la vez.

* Ilustración de Martín Aranda Belloso.