La llorona

Autor: Anónimo
Interprete: Joan Baez

Todos me dicen el negro, llorona
negro pero cariñoso
Yo soy como el chile verde, llorona
picante pero sabroso.

Ay! de mi, llorona
llorona de ayer y hoy
ayer maravilla fui, llorona
y ahora ni sombra soy

Dicen que no tengo duelo, llorona
porque no me ven llorar
Hay muertos que no hacen ruido, llorona
y es mas grande su penar

Ay! de mi, llorona
llorona de azul celeste
y aunque la vida me cuesta, llorona
no dejare de quererte

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Este son istmeño está compuesto por muchas estrofas que son adaptadas por cada uno de los interpretes que se atreven con este cantar y cada uno de ellos tiene su Llorona, por eso es una canción tan personal.

Esta versión es la que más me recuerda a la que cantaba mi padre cuando nos reuníamos entorno a su guitarra. Siempre pensé que era su favorita y a mi me encantaba la profunda tristeza que podía encerrar una canción.

Una eterna y desconsolada aflicción la envuelve, basada en una leyenda popular de la revolución mexicana que algunos piensan puede tener un origen precolombino.



También podéis escuchar la versión (con estrofas distintas) de Chavela Vargas.

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Los Santos Inocentes



Se perdieron tantas cosas, ya no rezan los diarios esas mentiras piadosas, ni se ven niños corriendo con sonrisa sospechosa. El día que se realice la última de estas cosas, ese día me retiro de esta vida faenosa.

Y a otra cosa mariposa.

Siempre hay una mirada

Muchos llevan días buscando, otros la encontraron y se abrazaron a ella para salir a flote. Hay quienes rozan Su mano y confían tranquilos regocijándose con la llegada, tan cercana ya. Cuentan que algunos la encontraron en la soledad de una naturaleza lejos de la mano del hombre, otros en el calor amigo y silencioso de un acompañante. No faltan quienes la respiran diariamente para devolver la bocanada de aire a quien la necesita, en cualquiera de sus formas o vivencias entra en nosotros para ir buscando intravenosa nuestro motor de vida. Siempre hay una mirada para la antesala de ese motor llamado amor.
En la lucha diaria, cuerpo a cuerpo con la realidad, es vital su presencia, en sus más diversas formas, aunque parecieren antagónicas y de madres distintas, tienen todas el mismo nido, la necesidad humana de no sucumbir. Una mirada amable, un detalle nimio es en un momento dado un cargamento revitalizante. Un punto blanco en la lejanía que nos indique el final del túnel. Podéis llamarlo como queráis. Eso es materia reservada y sobre todo no manipulable. No tenéis que dar explicaciones. Cada uno recarga sus pilas para afrontar el reto de vivir como quiere, como le enseñaron, como lo necesita. Siempre hay una mirada.
Todos buscan calor, temperatura idónea para soportar los estragos del invierno que empieza. Frente a los carámbanos que nos arrojamos los hombres, el escudo que nos protege es este. Sencilla y llanamente.

Cinematógrafos Corona Center

Escucho por la radio que han cerrado estas salas, y escucho que el periodista destaca especialmente que no se sabe que pasará con estos locales, qué pondrán nuevo allí. ¿Cual es el futuro?

Y este hombre no planteó ni de pasada, ¿qué fue de su pasado? No nombró ni de refilón que allí disfrutamos del buen cien mucha gente. No habló de La linterna roja de Zhang Yimou, ni nombró Fresa y chocolate de Tomás Gutiérrez Alea. ¿Le escuchó alguien comentar algo de La doble vida de Verónica de Kieslowski? ¿y de Delicatessen de Jeunet y Caro? Nada de nada.

Cuando derribaron los Cines Rialto nadie en la radio comentó nada de aquellas 24 horas de cine donde conocí a Jim Jarmusch en Bajo el peso de la ley junto aquellos tazones de colacao caliente entre película y pelicula o en otra ocasión a El marido de la peluquera de Patrice Leconte.

Nadie habló contando las cosas que habían pasado en el Cine Becquer o en el Multicine Azul Florida. Nadie cuenta nada de eso en los periódicos del día.

Traslado de la Virgen de los Desamparados

Hace tiempo que le pregunté a alguien muy cercano que llevaba más de treinta años viviendo entre nosotros como un andaluza más, qué es lo que le pareció en su momento la procesión de la Virgen del Rocío, en su recorrido por la aldea, a hombros de los almonteños, con situaciones que para los ojos no acostumbrados pueden parecer exageradas e incluso fuera de sitio, ¿te sorprendió tanto como aquellas anécdotas que nos contabas con tus alumnos sevillanos durante tus primeros años de docencia? Procesiones hay en todos los sitios pero llevar a la Virgen sobre una marea humana, no creo, puede que pusieran algo por televisión, algún segundo en el telediario del salto a la reja o la serrana romería de la Cabeza o la subida al Sacromonte del Cristo de los Gitanos entre hogueras. Cosas del sur, digo yo, pero ¿qué te pareció aquella primera visión todos queriendo tocar sus varales? ¿Y los niños levitando entre brazos en alto, nadando hacia Ella? ¿Y esos curas de pueblo, subidos en hombros como Curro saliendo de la Maestranza exaltando a la Reina de las Marismas y dando vivas hasta quedarse afónico? ¿Dónde has podido ver tu eso antes? ¿Que impresión te llevaste?


Y hace tiempo que me contestó sencillamente que no, que no le sorprendió en absoluto. Y le doy vueltas ahora al asunto sobre aquella explosión de religiosidad hacia una devoción que llegaba a poner en peligro hasta la vida de las personas que no renunciaban a nada con tal de tocarla y hacía que la propia Imagen venerada llegara a ofrecer estampas realmente sufridas a ojos de un espectador que mirara la situación desde un único punto de vista, el de la racionalidad hacia unas gentes aplastadas y una obra de arte a punto de estamparse contra el suelo. Pero ¿Y esas otras miradas?, la llamada religiosidad popular tiene tantas fuentes como ríos van a parar al mar, y no me sorprendió nada cuando me contó que durante un tiempo, de niña, vivió en la capital del Turia, y observaba cada año desde el balcón de la casa donde estaba alojada, lo mismo que desde hace cuatro siglos ven -el segundo domingo de Mayo- miles de valencianos, desde su Basílica a la Catedral, el traslado de la Virgen de los Desamparados, eso si, no son tan exágerados en este caso y esta procesión sin control de pasiones marianas dura menos, sólo hay que recorrer unos doscientos metros.

Estos 17 segundos ilustran más claramente lo que os he contado.

Valencia,
Altitud: 15 m. Latitud: 39º 29' Longitud: 0º 24'

Perro salchicha

Autora: María Elena Walsh
Interprete: Rosa León

Perro salchicha con calma chicha
Toma solcito a la orilla del mar
Tiene sombrero de marinero
Y en vez de traje se puso collar

Una gaviota medio marmota
Bizca y con cara de preocupación
Viene planeando mira buscando
El desayuno para su pichón

Pronto aterriza porque divisa
Un bicho gordo como un salchichón
Dice qué rico y abriendo el pico
Pesca al perrito como un camarón

Perro salchicha con calma chicha
En helicóptero cree volar
La pajarraca cómo lo hamaca
Entre las nubes y arriba en el mar

Así lo lleva hasta la cueva
Donde el pichón se cansó de esperar
Pone en el plato liebre por gato
Cosa que a todos nos puede pasar

El pichón pía con energía
Dice mamá te ha fallado el radar
El desayuno es muy perruno
Cuando lo pico se pone a ladrar

Doña Gaviota va y se alborota
Perro salchicha un mordisco le da
En la pelea qué cosa fea
Vuelan las plumas de acá para allá

Doña Gaviota ojo en compota
Perro salchicha con más de un chichón
Así termina la tremolina
Espero que servirá de lección

El que se vaya para la playa
Que desconfíe de un viaje en avión
Y sobe todo haga de modo
Que no lo tomen como un camarón.

A mi la que me gusta es la versión de Rosa León que aparece en su disco Los Cochinitos.
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A la propia autora María Elena Walsh también puedes escucharla interpretándola.
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¿Calificarla? maravillosa, preciosas, tierna, divertida... para cantar en el coche y cuando hay que hacer reír a los peques ... A mi niña le encanta pero el que se lo pasa pipa soy yo pensando en ese perro salchicha tomado por un camarón. Y haciendo teatro ... Y antes de llegar a casa, de recoger al pichón en el cole, si vienes mosca del curro, ve cantándola por el camino ... lo cura casi todo. Hazte ese favor.


Els pelegrins de Morella (Fiestas de San Roque)

De todas las fiestas y tradiciones antiguas de la ciudad amurallada de Morella (algunas con entronques que nos llevarían hasta el año 1673 como son El Sexenni y L´Anunci) me fui a topar con una del siglo XX (desde el año 1960 creo) pero con un caracter y una singularidad que hace que disfrute recordándolo, y por eso quiero compartirlo...
Hay que aparecer por allí el día de San Roque (16 de Agosto, San Roc) , sobre las siete de la tarde por las empedradas y empinadas calles del pueblo, comenzará a guiarle hasta ellos una dulzaina y una caja. No habrá mucha gente por el pueblo, sólo familiares de los implicados y despistados como nosotros. Es un ambiente infantil y cargado por tanto de emoción. La bulla vendrá al día siguiente con el comienzo de los encierros (bous al carrer) que son el plato fuerte de las fiestas.
La organización de la procesión corre a cargo dels quintos que son los mozos o chavales que trabajan no sólo para la de San Roque sino que son participes privilegiados en las fiestas grandes dedicadas a la patrona. Ellos son los que preparan, trabajan la logística necesaria y escriben los textos que luego recitarán els pelegrins de Sant Roc. Estos niños vestidos a la manera de su patrón y divididos en dos grupos, niños y niñas, recorren el pueblo danzando (sólo puede verse este día al año) y realizando plegarias, loas o peticiones al santo. Estos textos contienen elementos de la fiesta pero especialmente recogen críticas sociales o bromas sobre sucedidos o personajes locales. Alguna de las letras recuerdan a coplas que bien pudieran haber sido escritas para nuestros carnavales o aparecer en los carteles que explican las Fallas en Valencia (la explicació de la falla). Y tuve la suerte (o la insistencia) de hacerme con uno de los libretos y así pude meterme más en el papel de morellano.
Para muestra un botón (creo que se entiende bien aunque está en valenciano).

Ja sol ser una tradició
el torneig de futbito al Juliol
i com tots el anys
els quintos han fet de "farol"

Per altra banda és costum que el campionat
sol estar parat per les orquestres
ja que es jugue en un pavelló de festes

Jo que soc una pelegrina
que esport vull practicar
vull que Sant Roc un poliesportiu
em puga edificar

VISCA SAN ROC I EL GOS!
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Morella és més que Morella
és la capital del Ports
pero quan vingue la Samu
ja estarem els pobles morts

El castell de Morella
és de pedra i durará
més durará si els politics
s´entenen i a treballar

En aixó de l´institut
és que no tenen vergonya
en lloc de fer-lo on tocave
mos han tocat els ... diners

No tot són diners senyors
Morella no es pot comprar
que són els nostres amors
pan, treball i llibertat

VISCA SAN ROC I EL GOS!

Morella,
Altitud: 984 m. Latitud: 40º 37' Longitud: 0º 6'

Benditas


Mira si tiene miras la Santa que siendo de Puerta Osario, donde saca a los niños a ver las Cinco Llagas, prefiere esta esquina para su eterna morada.

¿Dónde suenan las campanas? Es en San Pedro, hay bautizo, vienen de Enladrillada para dormir aquí al niño, que están repicando nanas y es que sin duda la Santa lo mece con voz callada. Benditas sean las dulzuras que extienden con su mirada benditas sean esas manos que no dudan en prestarlas benditos los pies que llevan alegría de casa en casa.

Donde falte que no duden que allí estarán las hermanas.

Patrimonio humano

Parece que se le está dando al nazareno su puesto en las cofradías. El gran olvidado de nuestra Semana Santa. Hubo un tiempo que sólo se hablaba del primitivo nazareno sevillano, de sus hechuras y antigüedad, algo del juanmalino macareno y un poco del romántico terciopelo del de la Carretería. Y pare usted de contar. Se hablaba de cómo iba el nazareno, no de lo que era el nazareno. Somos elementos de usar y tirar, para volver a recoger en la siguiente cuaresma.
El nazareno es la medida del tiempo de paso de nuestras cofradías por carrera oficial. Con infladas nóminas para ganarle segundos a la entrada en Campana del paso de misterio. A pesar de eso, el nazareno es un número, para en carrera oficial ser contado de tres en tres o de cuatro en cuatro.
El nazareno es el hermano que siempre paga, su cuota y su papeleta. De eso podemos estar seguro. ¿Pero cuándo, qué y cómo pagan los hermanos músicos, los hermanos costaleros, los hermanos esto, los hermanos aquello, los hermanos seguridad con chaqueta y pinganillo en la oreja, etc.?
El nazareno es el que debe cumplir las normas ciegamente bajo la atenta mirada de los medios de comunicación que al primer descuido te sacan en una foto comprando calentitos o del diputado de tramo que cuando llega a los servicios de la Catedral es el primero en apurar el cigarrito. Personalmente sería más duro con los nazarenos que no cumplen las normas de cualquier estación de penitencia pero siempre que esta justicia de vieja del visillo fuera igual para todos. Fuera justicia, en suma. Hay que ser estrictos en todo. Y con todos, si, con todos. ¿Por qué un hermano costalero puede pasear por la calle de al lado con su novia y tomarse una cerveza en reunión con el resto del relevo mientras su hermandad realiza estación de penitencia? ¿Por qué los nazarenos deben mantener la compostura y los hermanos músicos no? ¿Y los llamados hermanos de seguridad? Estos de la seguridad se merecen un capítulo a parte. Me pregunto si todos los hermanos con sus medallas, pines y fotografías serigrafiadas en camisetas y costales, ¿se vuelven a casa por el camino más corto?
Después dicen las estadísticas que aunque el número de hermanos se estabiliza, el de nazarenos va decreciendo. Sólo en las que van incorporando mujeres se mantienen los números.
Hay mucho de que hablar, y se hablará, pero sirvan estas líneas para afirmar y confirmar el valor humano de las cofradías. Y de eso esta Semana Santa se ha escuchado mucho en los atriles de nuestras iglesias ante cientos de nazarenos :

Hermanos, la junta de gobierno ha valorado los riesgos y piensa que no puede poner en peligro el patrimonio devocional y artístico de la cofradía pero en especial, no podemos poner en peligro nuestro patrimonio humano, vosotros, la hermandad en la calle.

En los Alcores, cita con lo atávico

Aquel sábado por la mañana tras leer la breve referencia en el periódico llamé a mi novia,
- Está noche iremos de tapas, a cenar, a Mairena
-¿A Mairena del Alcor?
-Si, hay que moverse...
- ¡Uy! ¡Uy! ¡Uy!
- Y de paso descubrimos que es eso de atávico...
- Ya decía yo, terminó diciendo la que ahora es mi mujer. Ella ya empezaba a conocerme.


Y en Mairena descubrimos como el pueblo iba aglutinándose entorno a la plaza y empezaba a caminar de dos en dos, llevando velas, nada fuera de lo común en una procesión andaluza, poca gente en las aceras viendo el cortejo, que ya empezaba hacerse interminable, ¡cómo iba a haber gente viéndolo si estaban todos en la procesión! Niños, abuelos, padres, familias enteras, todos delante del Cristo de la Cárcel. Que no llegaba.
Lo que no esperaba era como vendría, un cuadro sobre un paso, no lo había visto nunca, era totalmente novedoso para mi, que me retraía a lo leído sobre aquellas primeras procesiones representando pasajes de la pasión, aquellos cortejos llevando cuadros con las imágenes pasionarias o de la Virgen María. El principio de todo, los primeros cortejos procesionales. Lo atávico.

No era Semana Santa, quizás ya estuvieramos en cuaresma. Todavía aguardaban los Alcores una sorpresa más, algo que ya creía desaparecido, desterrado de nuestra idiosincrasia, de la religiosidad popular, detrás del paso iban personas cubiertas simulando los penitentes que conocemos pero muchos llevaban los tobillos atados con cadenas o grillos. El sonido del metal al arrastrarse envolvía la escena ya en penumbra por la humareda incenciaria. Eran docenas de promesas hacía el Cristo de la Cárcel, denominado así por estar comunicada a través de una ventana con la cárcel de la villa, y que permitía a los presos encomendarse al Señor.

Todos los 18 de Marzo se produce la procesión que te traslada en el tiempo.

Mairena del Alcor,
Altitud: 135 m. Latitud: 37º 22' Longitud: -5º 44'

La venia perdida

No sabía a quien dárselo y se acordó de mi, que había sido monitor suyo en un curso de ofimática y siempre pasábamos el rato del café hablando de cofradías. A su madre le había hablado de nuestra relación durante aquel tiempo y ella fue quien me buscó para dármelo, él había transmitido ese deseo. Sabía mucho sobre nuestra común pasión y las poesías a su Esperanza de Triana fueron lo primero que escribió en un procesador de textos. Poseía una memoria increíble para acumular datos y fechas.
La carpeta estaba llena de recortes de prensa, de cuadernillos de ABC sobre la cuaresma y fotos, muchas fotos viejas. Entre ellas una con la plaza de la Campana repleta de gente y una nube de capirotes blancos entrando por el Duque. Una tarde con el sol picando con fuerza. Hasta ahí nada nuevo pero me fijé en uno de los balcones engalanados lleno de periodistas. La cara de todos ellos mostraba claramente que algo estaba pasando, se señalaban los oídos, algunos levantaban los hombros en señal de confusión absoluta y parecía que hablaban entre ellos, en lugar de mirar hacia el centro de la plaza donde un pequeño nazareno de blanco y otro bastante más grande de negro avanzaban con paso firme hacia el palquillo.
En aquellos años no había televisión en directo (y sólo ponían algún reportaje general durante la semana) y eran las emisoras de radio las que llevaban el peso de las retransmisiones, las que acercaban el micrófono al terno negro para que escucháramos a quienes hacen que nuestras devociones caminen entre la multitud, las que hacen que las cornetas inunden las habitaciones de aquellos que quedan postrados en la cama por alguna enfermedad, las que nos permiten escuchar la voz pura de aquel afortunado que en la tarde del gran día se presenta ante la ciudad como portavoz de una Primitiva Archicofradía y Pontificia Hermandad.
Aquel año se pidió la venia pero nadie la escuchó ni tuvo una réplica por parte del Consejo que pudiera quedar grabada en los pesados magnetofones que llevaban eternos becarios de las ondas hertzianas. Nada, no hay nada grabado. Todo se hizo en el más absoluto de los silencios. Hubo gente que creyó que ese año no se había pedido la venia. Algunas emisoras achacaron el vacío sonoro a problemas con las baterías de los inalámbricos o fallos en la red eléctrica de Sevillana, o hasta se llegó a extender el rumor de que se había producido una pelea en el palquillo ya que había quienes habían visto al delegado del día realizar movimientos extraños con las manos.
Nadie cayó en la cuenta de lo que había ocurrido. Nadie había caído, antes de pensar en extrañas conjuras, en las palabras que el joven detective Rouletabille en la novela El cuarto amarillo aplicaba para resolver los enigmas, “una vez descartado lo imposible sólo nos queda lo improbable”. Y lo improbable era que dejaran a un hermano con problemas en el habla pedir la venia de la cofradía para entrar en carrera oficial. Nada más y nada menos.
Esto lo se porque me lo contó el principal protagonista, en una fría mañana de invierno mientras hacíamos una pausa para olvidarnos de formatos, archivos y sistemas operativos. Aunque con lenguaje sencillo ya no le hacía falta a aquel nazareno blanco de la cruz de Santiago la lengua de signos para comunicarse.

He recibido una carta

He recibido una carta esta mañana. La escribe un amigo, Fernando Conde, y tras la primera lectura -interrumpida por un nudo en la garganta que me obligó a tragar saliva- se nos queda la sensación de vernos reconocidos en la historia que se narra, tras la segunda valoramos el profundo sentido de muchas de sus palabras y en la tercera, se absorbe la recreación del buen gusto al escribir, de la magnifica prosa dulcificada por una sonoridad poética. Y es que, el autor de la epístola, es poeta. Y sabe de esto. Espero que esta no sea su única colaboración. Gracias.

LECCIÓN COFRADE.-

Yo he vivido, al igual que tú Antonio, muchas vísperas de Semana Santa mirando al cielo. Siendo de cofradía de Domingo de Ramos, y ante malas expectativas climatológicas uno siempre se ha encomendado a la Gracia y Esperanza de la Madre como otros a la Reina de la Encarnación. Pero esta Semana Santa era diferente, ya que no era yo quien iba a vestir el Domingo de Palmas el terciopelo verde de reminiscencias macarenas allá por la Puerta Osario.

En esta ocasión era mi hija, de siete años, la que haría por primera vez su Estación de Penitencia a la Catedral Sevillana. Pero no desde Sevilla, no, desde Triana, desde el Tardón. Y es que había sido abducida cofradieramente, ¡ahí va eso!, por mi hermana y sus primas hacia los naranjos níveos del Barrio León y hacia Áquel que de forma rotunda y firme rasga las vestiduras de la noche del Lunes Santo con dos palabras: “Ego Sum”. No hubo forma de convencerla para que desvistiera la túnica de esparto y las sandalias por la airosa capa romántica y los zapatos negros de hebilla de los nazarenos de San Roque.

De cualquier forma, es mi segunda Cofradía en el corazón, que no en la nómina, así que acepté sin más sus pretensiones de hacer la Estación de Penitencia con su tía y sus primas con la hermandad de mi barrio y no con la familiar.

Como te puedes imaginar se negó rotundamente a llevar una varita, y es que no hay nada más sevillano, Antonio, que la afirmación tajante, yo diría de tintes cesáreos, del niño hispalense que le dice a su padre: “Papá, yo salgo con cirio”, cuál paso del Rubicón del que siente llegado el momento oportuno de afirmar su destino romano, digo sevillano-cofrade, sin paso atrás posible.

Tengo que advertirte también que la pasada Semana Santa no fue precisamente de presagios climatológicos benignos, sino todo lo contrario, y más concretamente para aquel Lunes Santo se afirmaba agua y más agua. Por ello, y ante las ansias infantiles de ver Cofradías y la posibilidad más que probable que San Pedro hiciese de las suyas al día siguiente, el Domingo de Ramos estuvimos los dos ante el Señor Despojado de sus Vestiduras, y ante la Paz, Madre Hiniesta, Buena Muerte, el Señor de las Penas, Gracia y Esperanza, Estrella y Amargura. Siete horas viendo Cofradías. Antes de dormir la pregunta llegó taladrándome con la mirada como si yo tuviese en mis manos potestad ante nubes, vientos y aguaceros: “Papá, ¿mañana va a llover?”, “sí hija, dicen que va a llover, pero bueno, nunca se sabe….”.

Y no llovió, a pesar de los partes del “hombre del tiempo” o de las más modernas páginas de Internet, y allá que se fue vestida de inmaculada blancura a la Iglesia de San Gonzalo con el alma rebosada de ilusión y los bolsillos preñaos de estampas, medallas y caramelos.

Jamás olvidaré aquella Cruz de Guía. Cruz de Guía que nunca se repetirá para mí. Única ya en mi memoria entre mis más preciados tesoros. No habrá otra igual aunque inexorablemente se repita la Cofradía en el tiempo de Triana y Sevilla. Detrás de la plata de faroles y bocinas, ese día, entre las primeras filas de hermanos y delante de su tía, venía aquella niña de siete años con su Cirio rojo a cuestas.

Te puedes imaginar Antonio que no era aquella una visión majestuosa de foto de cartel de Semana Santa de Serrano, de esos que afloran en la Cuaresma por cualquier tasca de Sevilla bajo un sin fin de rótulos tertulianos. El cirio lo sostenía con las dos manos y muy inclinado hacia delante ya que no podía descansarlo en la cadera. ¡Cargaba con él como podía!, y claro, pensé sonriendo: “ésta no llega al Puente de Triana”.

San Jacinto, los globos, los caramelos, los niños (siempre los niños alrededor de Él), el río blanco entre las acacias al son de tambores de pequeños cigarreros. Entre saludos a los amigos y conocidos del barrio, cruzamos la frontera y llegamos hasta las mismas puertas de la Ciudad Eterna (que no es Roma, Antonio, que es Sevilla), y a la altura de la Magdalena me empecé a preocupar. “¿No querrá meterse en la Carrera Oficial, no?”. Me acerqué y me dio un rotundo “sí”.

Y allí que la dejé camino de las sierpes no sin antes colmarle la faltriquera con los caramelos que me quedaban. “Te recojo a la salida de la Catedral….”.

FotografíaPero el inexorable paso del tiempo que yo creí de mi lado jugueteó en mi contra. Cayó la tarde y ”mi” Cruz de Guía salió por la Puerta de los Palos con un aliado para ella que se reveló ante mí humilde pero terrible: ¡el pabilo del cirio estaba encendido!: la guerra estaba servida. De un lado una niña con hábito blanco armada con un simple cirio chorreante de cera; y de otro yo, con poderosas armas: mi posible capacidad de persuasión, el cansancio del Domingo de Ramos que haría mella, el paso de las horas, el frío….

Nula la capacidad de persuasión. Nulo el cansancio de mi hija que no el mío. Nulo el frío. Mis ejércitos caían derrotados uno tras otro. Baratillo, Reyes Católicos, subida al Puente de Triana, Altozano, Estrella, azulejo de la Virgen del Rocío de San Jacinto. Fueron pasando las calles, los lugares, las horas y las promesas de mi hija de abandonar aquél primer tramo cada vez más mermado por el lento y largo caminar.

Finalmente, ante mi insistencia para que abandonara la Cofradía a 200 metros de la Iglesia de San Gonzalo se libró la última batalla, y en ella fue cuando recibí, Antonio, la lección que me guardaba aquel Lunes Santo la mismísima Sevilla ataviada con túnica blanca de esparto. Con lágrimas que asomaban por los ojales del antifaz y con genio me dijo: “estoy cansada papá pero voy a llegar a la Iglesia como todos los demás”, al tiempo que señalaba hacia atrás. Miré hacia donde me indicaba, y despacio, despacio, volví a contemplar el reguero eterno de sus hermanos de capirote blanco entre luces de cera, reflejos de alpaca y sandalias cansadas en la oscuridad de la noche al tiempo que dos golpes secos de palermo ponían en marcha aquella Cruz de Guía. Mi hija levantó el cirio y comenzó a caminar tras el hermano que le antecedía. A lo lejos se distinguía, muy lejos, al Señor, repitiendo a Caifas: “Ego Sum”. Y comprendí.

Comprendí, Antonio, que había caído derrotado en la guerra más dulce que puede perder un sevillano. No sé quien llegó más cansando a casa, seguramente yo, pero los dos nos acostamos felices, ella soñando lunes santos de San Gonzalo, cera, Salud, tambores y caramelos, y yo en que mi hija es y será por siempre, hasta que el Señor del Soberano Poder lo quiera, cofrade.

Los nombres que pisamos

A mi me gustan como se llaman las cosas más incluso que los propios objetos. La mayoría de los nombres de las cosas que ya no las llamamos así tienen nombres evocadores. Si además son el nombre de una calle, entonces, estamos hablando de algo que me toca la fibra sensible. Crecí viendo desde una de las ventanas de mi casa una calle sin forma que acabó llamándose Alcuza. Nunca sabré a quien agradecer ese detalle que la parte romántica de mí piensa que es que alguien conectó mentalmente conmigo y quiso ponerle así. Aún siendo por casualidad, gracias.

Cerca de allí, al otro lado del Campo de los Mártires, encontramos Lictores y Alerce. Me resultan hermosos en su sonoridad y me evocan historias fantásticas y dignas de haber sido vividas. Releo algunas páginas olvidadas y recuerdo que Lictores anteriormente se llamó Dormitorio de San Benito. Hay que estar muy loco para deleitarse con el nombre de una calle. Una calle no es sólo bonita por lo que enseña.

O nombres de calles como Arte de la Seda y Mendigorria en un desaparecido barrio intramuros donde han recuperado recientemente Compás de San Juan de Acre (barrio que llegó a tener hasta independencia jurídica). No lejos de allí tenemos a Hombre de Piedra, y yendo hacía el río, Curtidurías. En pleno centro de la ciudad Chapineros y Chicarreros que bien pudieran haberse quedado con sus nombres anteriores Arquillo de Chapineros y calle Vieja de la Ropa. Desde luego no caminaría por ellas sin mi espada en la mano y mi embozo cubriéndome el rostro.

Calles como Viejos o Pajaritos o Laguna de la Pajarería incitan a buscar su historia en cuanto te topas con ellas.

¿Por qué quitaron del mapa la calle Ombligo en pleno barrio del Peladero? Cercanas quedan la Alcaicería de la Loza, Alhóndiga y Caballerizas.

Y estas son pocas para mi larga lista, cada vez que descubro alguna nueva me enamoro de ella dejando a las otras de lado. En un momento determinado de mi vida, me encontré en un dilema, necesitaba un nombre. Tentado estuve de poner Peso de la Harina, reducida en la actualidad a simplemente Harinas pero que sigue conservando su encanto original en las ciudades de Jaén, Granada, Málaga y Carmona, incluso Enladrillada con la que mantuve largo romance. Sin embargo que mal amante debo ser que escogí el nombre de una calle gaditana para mi sitio en Internet.

Teoría y práctica

Un día escribí ...

Cuando salgo del trabajo por las tardes suelo escuchar una tertulia de Radio Sevilla en la que se habla de todo un poco, aunque en especial sobre temas políticos. Sólo escucho un ratito y, un día, cerca ya de mi lugar de destino, la moderadora preguntaba a un conocido periodista sevillano: “¿Tienes ganas de que llegue la Semana Santa?”. Dicho periodista contestó escuetamente: “En teoría muchas ganas pero en la práctica menos.” Ahí quedó la frase y siguieron por otros derroteros.

¿Por qué contestaría aquello? Le daba yo vueltas a la cabeza, por qué estamos nerviosos devorando las vísperas y luego después pasa todo tan corriendo. Le gusta tanto a la gente que no quieren que llegue pronto esa semana porque más pronto empieza más pronto se acaba.

Estos días previos me recuerdan a los que hay antes de que entre un año nuevo, todo son promesas que luego cuesta cumplir. “Este año dejo de fumar y dos días a la semana voy a dar una vueltecita por el parque”.  

Ciertamente la forma de ver cofradías va evolucionando y  va íntimamente ligada a la edad y a lo que se ha ido viendo (absorbiendo o captando serían los verbos adecuados). Gusta al principio ver mucho, querer atraparlo todo, con tan sólo unos bocatas liados en papel albal y veinte duritos para la cocacola bien fresquita, ¡¡no me he tomado yo bocatas en los escalones de las casas!! En una mano el papelito de los recorridos y en la otra esa viena de tortilla. He corrido (o andando muy deprisa) para llegar a esa esquinita, remetiéndome entre la gente, buscando aquello que me habían contado, y que no debía perderme. He cangrejeado, y me han llevado en volanda subiendo la Cuesta del Bacalao. Y encima preocupándome de que no se me perdiera nadie, y disfrutaran como yo disfrutaba. Por aquella época rara vez llevaba cámara de fotos pero desde mi cerebro hasta las sufridas plantas de mis pies iban recogiendo fotograma a fotograma lo que estaba pasando. Para mi esta semana que nos vuelve un poco locos, es la semana de los sentimientos, de la vida, de la evolución.

Eso, evolución, es la palabra que define lo que me (nos) pasa ahora. Yo no me siento más cansado, ni nada de eso, aunque tenga que currar por la mañana de esos días. Es que ahora hemos vivido y queremos reconstruir nuestra propia Semana Santa. Nos gusta más que antes pero tenemos que elegir, y sabemos hacerlo bien (llevamos decididas muchas cosas importantes que nos han marcado). Ahora quiero pararme y ver como un nazareno de la Penas de San Vicente levanta lentamente su cruz  y se pone a caminar. Ahora, me apetece seguir un paso durante un buen rato, siguiéndolo como si fuera el Guadiana, zigzagueando en su recorrido. Queriendo ser el vuelo de las capas de sus nazarenos.

Me gusta esta evolución y pienso continuarla, sin arrepentirme de nada. De vez en cuando buscaré refugio en alguna bulla y otras veces me quedaré inmóvil, con la piel de gallina, viendo como un palio se aleja, y mientras la muchedumbre volviéndose deprisa hacia el otro lado. Que tanto en la teoría como en la práctica un palio es el cielo de Sevilla.

Vísperas

Un día escribí ...


Es doblar una esquina y saber que vienes para quedarte. Tienes tu aroma y tu propio sabor de barrio, y tienes tantas cosas buenas que te hacen especial, silencios y músicas, encuentros y soledades, avances y retrasos.

Tienes tantas cosas que te hacen tan especial.

Con el cambio climático nos despistas y te anuncias con racheos inesperados. Te anuncias, que bien te anuncias. Sabes que cada año me asomo para verte pasar y ahí estás. Sabrás de sobra que por aquí, por estas latitudes, tenemos formas de hacer las cosas, de mostrar nuestro arraigo a la tierra que pisamos. Sabemos que es lo importante y por ello lo anunciamos con vísperas.

¿Qué sería de nosotros sin las vísperas? Creemos tanto en la espera que le damos forma y modos de ser.