El pequeño Zoid

Corre, vuela, venga muchacho, esta vez seguro que lo consigues, venga no te rindas, quítate todo de la cabeza, piensa sólo en correr, en ir más deprisa, acelera, tienes que aumentar el ritmo, al final está la victoria, y esa es para uno sólo, es para ti, muchacho corre, bien, bien, queda menos, bien, no mires para atrás, bien, así está bien, ese esa es la cadencia, el espíritu del invencible, del guerrero tribal, ese es mi chico, vamos, saliste bien, hay que acabar mejor, ser el primero, del resto no se acuerda nadie...


A todos los espermatozóides de este mundo cruel

Estupefaciente

A las ocho y tres minutos alguien ponía en marcha el aire acondicionado y con un ruido imponente empezaba una mañana más la invasión del espacio que estábamos respirando. Se hacía dueño de toda la oficina. Eramos conocidos en el edifico como los polacos. Eramos los que sufríamos la invasión alemana cada día, Viessmann se llamaba el general de las tropas hostiles. Comenzaba siendo simplemente molesto, simpatizando en las conversaciones, diluyendo algunas palabras que no encontraban su destino final y terminaba congelando a la secretaria de la jefa de contabilidad.
En el cuarto de la fotocopiadora tenia levantado un iglú. Allí pasaba casi todo su tiempo de trabajo, incluso había pedido le pusieran un terminal de teléfono para el fax y el informático las pasó canutas para que la señal inalámbrica llegara hasta aquella cueva urbana. Sin embargo su piel era la envidia de un departamento minado de mujeres -de todas las edades-, tan tersa, tan fría, tan brillante, y lo mejor para las largas jornadas de encarcelamiento administrativo, ella no perdía nunca la sonrisa. Era una mujer distante pero atrayente al mismo tiempo. Nunca he vuelto a sentir esa extraña imantación. Tan ajena a las chicas de mi edad. Alguien, durante un desayuno, sentenció 'Julio Verne hubiera escrito una novela... una aventura a lo desconocido'.
En esta distancia que os describo mirábamos el movimiento de su blusa. La separación entre los botones dejaba que el aire que surgía con fuerza de las paredes jugueteara entre sus pechos mientras realizaba su trabajo. La especulación silenciosa e imaginativa sobre su cuerpo, su vida fuera de Polonia, sus pensamientos respecto a lo que le rodeaba era el entretenimiento de parte de los empleados de la oficina. Especialmente de los becarios del departamento de Análisis Financiero. Suponíamos que el sentirse observada la hacía más radiante, más bella, más fría y especialmente, increiblemente más sensual. Muchos hubieramos seguido seis meses más bajo el yugo de la esclavitud camuflada, moderna, multimedia, global y consentida en que se había convertido nuestra vida de becarios.

Circunferencia

En muchas ocasiones pudiera pensar algún lector que quedarse encerrado en un ascensor de un hotel de Palma no tiene porque tener nada de especial. O sí, todo depende de lo poco que se viaje. Seguramente verse rodeado de tres como tú pero no poder verles la cara porque una pila de maletas y de cajas con ensaimadas y sobrasadas te lo impide puede que no sea muy sorprendente. O sí, todo depende del vozarrón que tu profesor de lengua lance al aire acondicionado del hotel con sólo tres palabras y en una de ellas tu apellido.

'¡Aranda otra vez!'.
'Pero lo de ayer era...'
'No moveros que vienen a sacaros'.
'De aquí no nos movemos se lo aseguro'.

La última vez que me quedé encerrado, décadas después,
fue porque necesitaba sellos para Palma.

Y este verano me ha dado por poner dibujos, en este caso de http://www.kalipedia.com, pero que será pasajero, algo temporal, no os preocupéis que pronto volveremos al desértico paisaje habitual en El Callejón de los negros, sin colorines y sin nada que distraiga a este juntador de letras al que las musas, porque haberlas haylas, no han llamado a su puerta este tiempo de estío.