En los Jardines del Valle solíamos encontrarnos por casualidad en las primeras ocasiones, luego ya era una búsqueda semanal y angustiosa si no nos regalábamos esos minutos únicos e irrepetibles. Con aquel hombre de avanzada edad me sentaba a hablar de lo divino y de lo humano. Él veía mis aventuras en la era digital como si fueran las de un extraterrestre lo que le producía diversión y sonrisas, lo que le inflaba de vida. Pero en el intercambio el mayor beneficiado era quien escribe, sus vivencias, reales o imaginadas ¡qué más da! eran maravillosas. Me contaba como en la edad media se ocupaban territorios en largas ocupaciones y asedios y conocía a pies puntillas detalles técnicos de las guerras carlistas. Sus manos arrugadas y blanquecinas narraban que habían removido piedras y escombros para descubrir la vieja ciudad romana. Sus labios citaban frases de libros que eran consultados por estudiantes de todo el mundo. Una eminencia. Y allí estaba dando de comer a las palomas de un jardín. Contaba todo en primera persona. Hasta que un día llegó más cansado de lo habitual y me sorprendió con prisas ajenas hasta ahora a nuestros encuentros. Me confesó que todo lo que sabia se lo había enseñado un arriero que era distinto a todos, llevaba un pony en lugar de un burro, había estudiado en la Universidad y tenía un largo historial de luchas contra concejales de urbanismo amantes de las prisas, las comisiones y los trabajos mal hechos. Mi amigo, murió a los dos días extramuros de aquel rincón mágico donde la historia nos había unido pero me dejó en esas últimas palabras un secreto, un sitio en internet donde todavía es posible acompañar al arriero del pony en sus paseos por la vida.
Al General Du Guesclin
Al General Du Guesclin