Todas las cosas empiezan cuando otra termina. Es ley de vida, incluso es necesario que vayan acabando para que empiecen otras. Muchos creen que salvo la muerte todo tiene su continuación. Y hasta en lo de lo necrológico el propio ser humano ha estructurado nuevas vidas para después del final de los finales, cielos e infiernos al gusto del consumidor.
Pero volvamos a mi historia. El día que el gas butano me dejó con la cabeza enjabonada y la garganta seca de llamar a mi novia para que cambiara la bombona empezaron a sucederse una serie de finales inesperados. Abrí la puerta del cuarto de baño y un silencio atrapaba el ambiente, un silencio sospechoso, un silencio que terminó con mi relación con Lidia. El silencio permanecía de invitado no querido y tuve que excusarlo con mucho teatro mostrando una aparente sangre fría ante ella y mi hermana -hay que decirle a papá que se pase a Gas Natural y ahora me marcho a casa de Jorge- perdiéndome en el pasillo pero volviendo a los dos segundos - antes me enjuago y me visto- aunque ellas seguían en el sofá besándose y metiéndose mano de una manera prodigiosa.
Todas mis situaciones comprometidas las he solucionado en casa de Jorge. Entraba con un problema y salía con la solución y una borrachera. Tenía una habitación acondicionada para escuchar música. No entraré en detalles técnicos pero había mucho dinero invertido entre aquellas cuatro paredes. Producto todo del final del matrimonio de sus padres que desde su adolescencia lo colmaban de regalos para no perder nunca su sonrisa individualizada. Sonaban
Danza Invisible cuando me saludó desde su cama medio tumbado y leyendo un cómic de los
Strumtruppen. Al verme asomó su pequeña cabeza peliroja -quillo no volveré a ver más a Clara, se marcha a Madrid a las cuatro, nunca más, sólo me queda el recuerdo de una noche, que noche quillo, que noche, mi noche, sólo me quedarán recuerdos- y volvió a meter su nariz en la segunda guerra mundial vista desde unas tiras cómicas.
Poco me quedaba a mi por hacer allí, el santuario de mis problemas estaba en la boca del lobo y lo innombrable había venido a devorarlo. Antes de marcharme le dije - Jorge creo que nuestra canción favorita del disco de estos malagueños ya no es
El Club del Alcohol- y cerré la puerta sin esperar respuesta.
Desde la calle, frente a la ventana que da a la habitación de Jorge durante muchos domingos de otoño se le pudo ver leyendo cómics mientras sonaba su nueva canción favorita en un equipo de alta fidelidad Philips.
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El fin, el fin del verano.
El fin, el fin del verano.
El fin del verano siempre es triste,
aunque entre las mantas pueda hablar de amor
del cielo beige al cielo gris oler castañas
y entre el humo anhelar el calor.
Pero el fin del verano es triste,
aun cuando sabemos que todo es un ciclo
y llegará el día en que sudando
desearemos otra vez el frío enero.
El fin, el fin del verano.
Es el momento de la lluvia,
las hojas muertas color ocre,
la hora del sueño del lagarto
el fin del verano es triste, querámoslo o no.
Lejos de los ojos guardaremos la piel.
El fin del verano siempre es triste,
aunque entre las mantas pueda hablar de amor.
La noche alarga su jornada y el día, vago y breve, se escapa.
Abril es el mes más cruel,
alguien lo dijo antes
pero el fin del verano es triste
y ahora aún soy joven.