Jubilación dorada.

Pensé que haría todo lo que quería hacer en la vida cuando me jubilase. Mis sueños de juventud se fueron amontonando a esa hora en que abandonaría las obligaciones con mis jefes pagadores y con alguna reserva bien administrada llegaría en tiempo y forma la hora del paseo por la vieja Europa. Incluso por qué no, cruzar el charco para ver pasar las horas perdido en teatros de Buenos Aires. O hacerme un selfie en el puente de Brooklyn.
Ahora se que no me voy a jubilar nunca. Ahora se que debo empezar a vivir.

Relato poético.

Los poblados se miraron durante unos segundos. Podríamos empezar el relato poético de la  mayor de las desgracias sísmicas conocidas. A la deriva seguían los dos trozos de tierra. Aquellas islas forzosas surcarían mares y nuevas vidas. Porque no hay más vida que la que soñaron grandes cronistas en dos poblados mirándose durante unos segundos. Tantos años de odio para acabar añorándose. A vivir a la deriva. La luna y el sol serán  para siempre sus únicos señores.