La ciudad

La ciudad se cerró como un mapa de excursionista. Los polígonos industriales besaron a los barrios residenciales antes de hundirse juntos, de la mano, en el abismo de un pliegue. Y allí siguen todos esperando una nueva limpieza para saber si podrán volver a ser el juguete almacenado de un niño que todo lo tiene o el sueño más valioso de un niño que nada tuvo.

La cruz en el mapa

Este es el punto donde hay que cavar. Lo tengo claro. De aquí no se mueve nadie sin que lleguemos hasta lo que buscamos. Ramírez lo ha señalado catorce veces, o veinte, que se yo, siempre coloca el dedo en el mismo sitio. Ponle el mapa como quieras, coge el que te parezca, siempre marca el mismo cruce de calles. Ya llega Sánchez con la TGHZ-20. Tres años llevo esperando este momento. Y tengo plena confianza en Ramírez. En cada ocasión que se le ha requerido ha dado con la yema de su cicatrizado dedo en el mismo punto, en la esquina de Caballerizas con Rodríguez Marín. Siempre el mismo punto. Incluso con el Google Maps, hunde su índice en la pantalla, no una sino catorce o veinte veces. Que se yo. Tengo plena confianza en Ramírez, mi fiel compañero en la búsqueda de tesoros urbanos y ciego de nacimiento.

El plan B

Entré dentro hasta donde me dejaron pasar. Me volví sin bajar la cabeza pero pensando en otra cosa. Una extraña intuición me había hecho suponer que aquello podría ocurrir. Y me gustaba saber que me conocía a mi mismo aunque quizás algo tarde para sacarle jugo al descubrimiento. No entendía muy bien que me había llevado hasta allí. El guardacoches, Simon Pete o algo así dijo que se llamaba debía de saber algo porque me arrojó al aire las llaves al verme cruzar el umbral. Vuelva usted mañana -me dijo- y ofreció su mano para que le depositaran las llaves de un BMW plateado que acababa de frenar justamente detrás rozando mi viejo 124 de fabricación nacional. No le contesté pero tenía claro que antes iba a probar fortuna en otro lado. En el otro lado.

El arroyo Garabato

Todos los experimentos tienen que acabar alguna vez para poder sacar las conclusiones y las oportunas críticas que unidas al disfrute durante su ejecución van conformando los pasitos que damos en la vida. Sobre los adoquines de este Callejón un riachuelo ha llegado al mar.

Última entrada en el Arroyo Garabato

Cuando nació El Arroyo Garabato lo hizo con fecha de caducidad. Nació para un año y ese periodo de tiempo está concluyendo. Una entrada por semana. Una foto por entrada. Una palabra para cada foto. Y un juntador de letras que daba rienda suelta a su imaginación. Espero algún día poder rematar la faena: escribir una historia con todas las palabras que fui dejando en cada piedra de este río que ahora ya mezcla sus dulces aguas con las saladas del mar. GRACIAS.


El viajante

Mientras espero en la parada del autobús, tu ausencia definitiva en mi vida me hace ignorante de lo que a mi alrededor sucede. La señora octogenaria que se sienta a mi lado intenta robarme la cartera del bolsillo trasero del pantalón. Me hace cosquillas y profundizo más en mi pérdida de conciencia viajando a esas caricias tuyas en mi pecho que te gustaba hacerme aun con la respiración entrecortada y sin tiempo para reponernos del sabor de nuestros sexos en el último beso. Sigo esperando porque han pasado tres y ninguno es el que me llevará más lejos. No queda nadie en la parada. Seguiré esperando. No tengo prisa. Y no quiero marcharme. En cuanto salude al conductor, pase la tarjeta sin contacto y busque un asiento donde sentarme pondré todo mi empeño en sonreír a la primera chica con la que pueda hablar. Nunca repito en la misma ciudad.