¿Por qué no se venden sellos?

Aún me quedaban cinco minutos antes de recoger a la niña de la guardería. Fue lo que me vino a la cabeza en ese momento tras aparcar el coche y darme cuenta que había encontrado aparcamiento de forma tan rápida. No me lo creía, y me acordé de una carta que tenía pendiente de enviar. Un amigo con el que me escribo desde hace años. Quizás algún día lo conocería en persona. Me faltaba el sello. ¿Un estanco? en la avenida, ¡ah! pero si han puesto uno nuevo aquí justo, parece que está empezando, estará abierto, sí, no tiene puesto carteles pero, mira está abierto, sale un cliente, tiro para adentro, no tiene muchas cosas, ¡Hola buenas tardes! ¿Habrá alguien dentro?¿Y ese ruido?¡Hola buenas tardes! ¿Hay alguien? ¿Y ese ruido?¿La persiana? ¡¡Coño!! qué se está bajando, pero ¡oiga! quien está cerrando esto, qué estoy dentro, me cago en la leche, ¿A quién llamo, tengo el móvil? En milésimas de segundo la escena de José Luis López Vázquez en 'La cabina' es lo único que viene a mi mente, me arrimo a la persiana, y grito como un descosido... ¿Hay alguien pasando por ahí?, ¿hay alguien? Pasan los segundos de forma agolpada pero los siento uno a uno como las gotas que empezaban a resbalar por mi cara. Sí señora, mire le hablo desde dentro del estanco, sí que está cerrado pero yo estoy dentro, mire, por favor, el dueño ha cerrado sin saber que estoy aquí, debe estar en la misma acera, pregunté, grite por el dueño del estanco, ha debido de salir y cerrar desde fuera, y no me vió entrar... señora no lo se, no lo conozco, ayúdeme por favor, pregunte por el del estanco....

La persiana se abrió lentamente, el aire empezaba a llenar de nuevo aquella estancia tan vacía de objetos pero tan iluminada como una sala de operaciones, escuchó voces fuera, y por fin puedo salir, en la puerta está el estanquero con dos o tres amigos con los que se había parado en la esquina a charlar. Menos mal. En la acera de enfrente, el zapatero, los de la sauna, los de la inmobiliaria, todos cuchichean entre ellos y entre risas, mirándome, el estanquero pregunta qué ha pasado, incluso me regaña, no me salen las palabras, y espero unos segundos antes de irme. El comerciante había usado un mando a distancia para cerrar tras salir por la puerta y se iba con los compadres sin mirar hacia atrás. En ese momento entraba yo. No quise hablar mucho, me fui reponiendo del susto, había que recoger a la niña, aparentar normalidad. Respirar, tragar saliva. Sólo quería comprar un sello fue lo que me salió más contundente. ¿Sellos?, me dijo, no vendo.


10 comentarios:

Juan Duque Oliva dijo...

Me acordé de la cabina justo cuando la nombraste, esto seguro que te ha pasado no puede ser de otra manera por como lo has contado.

Vaya claustrofobia.

Imagínate la que te podrías haber dado de fumar todo el fin de semana.

La de cartas que podías haber escrito.

La de puros que te podías haber fumado.

Y al final seguro que te hubieran llevado detenido como si hubieras intentado robar.

A ver como lo explicas que se lo crean.

La gata Roma dijo...

Yo cuando mandaba cartas de papel he iba al estanco decía: ¿Me puedes dar dos sellos para fuera de Sevilla? Porque se pedían así, y luego apostillaba: y si puede ser que no sean con la cara del rey… Si, no lo podía evitar, no me gustaban.
Kisses encerrados

Té ツ dijo...

Menos mal que pudiste salir pronto... Yo una vez me quedé encerrada en un ascensor, con bici incluida, y fue bastante agobiante.
Estos son los momentos que se convierten siempre en anécdotas curiosas que contar.

pati dijo...

Yo me hubiese muerto de la angustia... ;)

Qué cosas te pasan, Antonio!

Saludos :)

Híspalis dijo...

Pues cuando conozcas en persona a ese amigo tienes que dedicarnos una entrada, amigo Antonio.

Un fuerte abrazo.

El Caliz de la Canina dijo...

Ojú Antonio vaya cague.Me has recordao al atraco de la estanquera de Vallecas ......

De arte y acojone.

Antonio eres un artista ....

Un abrazo canino.

La Canina seguirá cavilando ....

Anónimo dijo...

Ah, ¿pero había un estanco cerca?. Yo hace poco necesité comprar un contrato de compraventa y no te cuento la odisea que pasamos para encontrarlo; vamos que si te encuentras uno cerquita y que venda moneda y timbre te puedes dar con un canto en los dientes. Además no sabes lo "moernos" que estan los de correos; cuando compras el sobre le dices dónde lo mandas y te lo dan con el sello impreso y todo para que no tengas que gastar saliva. Yo, desde luego,todavía recuerdo el sabor de esos sellos que mi madre nos mandaba pegar en los sobres de los crismas que en estas fechas mandaba para toda la familia y que era el preludio de los empachos de mantecados y frutos secos. Por cierto, de sabores a olores; ¿el olor de lo viejo...? Ya ha empezado la feria del libro antiguo, es como el olor del frío, la verdina y el invierno. Abrá que ir a olerlo.

Saludos

Rosa

Tormenta. dijo...

Poca gente escribe ya cartas, con esto de los correos y bueno, las cosas cambian, pero yo sigo escribiendo cartas, es algo que me gusta, es que , no tiene color, es tan diferente!

Un beso sin prisas.

el aguaó dijo...

La verdad es que es una historia digna de La Cabina, aunque eso sí... tuviste más suerte.

Y al final para terminar demostrándose que los sellos están desapareciendo y las cartas ya no se usan. Yo soy de los que pienso que hay cosas qe sólo se pueden decir en una carta...

Un abrazo amigo.

Antonio dijo...

El hecho es verídico que diría Paco Gandía.

Durante los días posteriores al suceso lo conté a familiares y amigos creando en ellos el efecto contrario al que pudiera pensarse, todos se reían, ignoraron mi sufrimiento y disfrutaron con la desgracia ajena. Así me va ;-)

Saludos y seguimos leyéndonos...

Antonio